Lo primero que pienso es en mis dolores, llegué a terapia por el dolor tan fuerte y profundo de una ruptura amorosa, y encontré acompañamiento, comprensión, empatía y un alivio a ese dolor. El sólo hecho de poder compartirlo con alguien sin miedo a ser juzgada, a ser evaluada, incluso no quería ser aconsejada y eso que necesitaba era lo que recibía en cada sesión. El alivio que experimenté en ese espacio que se convertiría después en mi espacio seguro, fue el inicio de un proceso de transformación y crecimiento que duraría más de 8 años ininterrumpidos de proceso terapéutico. También significaría el inicio de un cambio de carrera que sin miedo, daría un giro a mi profesión para empezar a estudiar Gestalt y convertirme en terapeuta de tiempo completo.
El alivio a mi sufrimiento cambió mi vida por completo y es algo que quería compartir con más personas, si yo había podido experimentar una transformación así, deseaba que más personas pudieran también comprobar que se puede. Sólo hay que decidir atravesar el dolor en vez de darle la vuelta, entrarle a los problemas en vez de esquivar, profundizar en vez de evadir o negar lo que vivimos y lo que nos sucede.
Coincido con Guillermo Borja cuando dice:
"La diferencia entre terapeuta y paciente es que el primero reconoce su enfermedad, seguirá estando enfermo y no se opondrá a este continuo caminar, mientras que el segundo se niega, se quiere quitar la enfermedad y su fantasía es realizar el tratamiento para no ser más un enfermo."
El psicoterapeuta tiene la responsabilidad de ser congruente y trabajar en sí mismo a profundidad, confiando en el espejo que somos y que buscamos ser dentro del consultorio con nuestro cliente ese espejo nítido, limpio y claro en el que pueda reflejarse nuestro paciente sin tintes prejuiciosos o neblina que impida al otro verse claramente, en la medida que como psicoterapeuta tengamos la capacidad de profundizar en nosotros mismos, de esa misma forma tendremos la capacidad de acompañar a las profundidades de nuestros consultantes.
Reconocer nuestra humanidad, nuestras capacidades como persona y nuestras oportunidades de ser, nos permitirá crear en el consultorio ese espacio cálido, aceptante y acompañador tan necesario para co-construir la confianza, la autenticidad y la calidez necesaria para vulnerarlos, para exponernos y para mostrarnos tal cual somos y así, sin reticencias o tabúes, conocernos y reconocernos en cada sesión terapéutica. Para lo anterior mi trabajo ha sido reconocer mis dolores, mis heridas, mis necesidades y mis miedos. Reconocer lo que no sé y lo que voy descubriendo frente al otro en cada sesión.
De alguna manera está la intención de acompañar, de brindar consuelo y de ayudar a sanar aliviando el sufrimiento, pero sin olvidar que la experta en el dolor del consultante no soy yo.
El experto en ti eres tú, y como terapeuta mi trabajo no es salvarte de nada porque no somos salvadores de nadie, nuestro trabajo se realiza a partir de un proceso o camino que juntos recorremos con algunas intenciones, pero en realidad sin un objetivo claro porque lo que a dónde nos lleve el camino no lo sabemos.
Aceptar esa incertidumbre es muy angustiante, pero en esa angustia está la existencia misma sobre la angustia, como Sartre señala
"[…] el hombre toma conciencia de su libertad en la angustia, o, si se prefiere, la angustia es el modo de ser de la libertad como conciencia de ser, y en la angustia la libertad está en su ser cuestionándose a sí misma."
Y que esa angustia es parte del crecimiento y aprender a sentirla, dejarnos sentir y acompañar a quienes la viven y la experimentan es parte importante de soltar el control, de flexibilizarnos y trabajar con la novedad, la creatividad y la estética de la labor terapéutica. Y aquí es donde coincido en que es todo un arte esta profesión y lo que sucede en cada sesión no es programable, predecible o planificable. Se pueden poner objetivos claros, siempre y cuando sueltes el control del resultado y confíes en el proceso.
Cada terapeuta vamos conformando nuestro estilo en gran parte con base en nuestra manera de ser, nuestra esencia, nuestras heridas y poco a poco vamos construyendo esa forma de estar frente al otro. Aunque cada uno con su estilo se trabajan las bases necesarias como la autenticidad, apertura, empatía, con la valentía que se requiere para ser vulnerable ante el otro y modelando así una forma de relación más aceptante. Según Guillermo Borja
…podríamos decir que existen tres grandes estilos. Los primeros con una gran habilidad para trabajar con la emoción, lo que lleva consigo la capacidad de expresar y exteriorizar, que se basan en el contacto, en terapias corporales, poco racionales, apoyados por su capacidad de presencia, su gran capacidad de vivir el presente y de gozarlo. Los segundos trabajan el pensamiento con orientación al pasado; hacen un trabajo analítico muy demorado, porque dan gran importancia a todos los detalles de cada situación y relación. Finalmente hay otros terapeutas que se concentran en la acción valorando mucho los impulsos y la realización de los deseos. De esta manera vemos que para ellos lo más importante es realizar el deseo, para los otros es analizarlo antes de satisfacerlo, y para los demás es fundamental poder expresarlo… (Borja, Guillermo)
Al final no es que uno sea mejor que otro, lo importante es con quién el consultante se sienta más identificado, con quien haya más confianza y con quien se sienta apoyo y crecimiento. El mejor terapeuta será aquél con el que tú te sientes en confianza y comodidad, con quien logres trabajar y avanzar en tu proceso. Cambiar de terapeuta no está ni bien ni mal, esa es una decisión que toma el consultante con pleno uso de su libertad y está bien si siente la necesidad de suspender su proceso que lo haga, si decide cerrarlo, probar uno nuevo e incluso cambiar de modelo terapéutico.
Para mí no fue fácil encontrar a mí terapeuta, pasé por varias corrientes, empecé con psicoanálisis, luego cognitivo-conductual, y descubrí la Gestalt, fue cuando sentí que me expandía, florecía, salía de mi capullo y desplegaba mis alas. La sensación fue hermosa, de un verdadero reconocimiento de mí misma, de mi ser y mi esencia. Una autoexploración que me ayudó a crecer muchísimo, pero esto lo sentí hasta ese momento y con esa terapeuta que me acompañó por años. Me conocí mucho más y mejor, aún estoy en proceso terapéutico aunque ya no con ella, ahora con un terapeuta hombre aunque el modelo sí es el mismo porque definitivamente es el que me funcionó más y mejor. Llevo más de 8 años ininterrumpidos en proceso terapéutico humanista, más el tiempo que estuve en los procesos anteriores y el tiempo que sigue corriendo.
Lo que descubro en mi terapia es que el crecimiento y desarrollo humano es un constante trabajo que se va viviendo y que no termina.
La labor terapéutica es como la de un piloto de avión, se debe estudiar siempre y todo el tiempo, pero la experiencia se construye volando. Las horas de vuelo son insustituibles y cada paciente es un aprendizaje nuevo. Al final, lo que aprendí como paciente es que siempre es una co-construcción, el terapeuta no tiene la respuesta y yo tampoco, por eso estoy ahí, pero espero encontrarla y para eso el trabajo es en conjunto, mi terapeuta está ahí conmigo y lo que sucede en la relación es lo más revelador pues como diría una maestra muy querida Miriam Muños Polit lo que se daña en relación, se sana en relación. Y la relación con mi terapeuta es aquella que me ha ayudado a sanar. Y como terapeuta también me sano, crezco y aprendo. Es un trabajo de ida y vuelta. Ahí está la congruencia.
Porque si algo he aprendido en terapia es que el proceso terapéutico es una co-responsabilidad, como la vida misma lo es también. La actitud de mi terapeuta fue tan cálida y aceptante que me enseñó que podía ser completamente honesta, tan honesta como para decir lo que me molesta, que podía y era válido no estar de acuerdo y que se vale decir -no quiero. También se vale decir -yo quiero esto. Porque mi terapeuta me aceptaba esos “no”, porque mi terapeuta me recibió cuando estaba molesta, triste, con miedo, siempre estuvo para mí y escucho mis quejas, reclamos, inconformidades y las hablamos. También las trabajamos e incluso ella me compartió las suyas. Por ejemplo la segunda vez que no llegué a nuestra cita, me dijo que la próxima vez que no cancelara con tiempo me cobraría la sesión, me confesó que le molestaba que la dejara plantada y que si no le avisaba yo no le permitía organizar y hacer algo con su tiempo. De principio sentí molestia pero luego agradecí su honestidad y eso me dio más confianza para yo también poder ser abierta con mis molestias.
Tener esas conversaciones incómodas requieren mucha valentía, requieren fuerza, ánimo, porque da miedo, porque no es fácil, porque rara vez las personas recibimos y validamos el enojo del otro, porque nos enojamos de que el otro se enoje, porque nos molesta su molestia, nos sentimos atacados y nos defendemos, porque para que el otro reciba mi enojo también debo estar dispuesta a recibir el suyo, trabajar en ese intercambio es lo que va construyendo una relación fuerte y normalmente hacemos lo contrario. Evitamos las conversaciones incómodas para no incomodar (nos), omitimos lo desagradable para no arruinar el momento, para mejor disfrutar la tarde, pero eso a mí por lo menos me hacía sentir muy sola y alejada, me hacía sentir incomprendida.
Aquí la paradoja que para estar bien y pasar un buen momento, tenemos que atravesar la incomodidad y el disconfort, entonces puede llegar ese lugar reconfortante que nos apapache, porque evitando lo desagradable no desaparece, al contrario se queda ahí guardado acumulándose y haciéndose cada vez más fuerte y más intenso. Y luego preguntamos ¿por qué siento tanta ansiedad?
Coincido con Borges cuando dice que el bienestar del paciente viene de la necesidad del terpeuta de saber que es buena su labor y su trabajo, porque en la medida en la que mejora significa que soy buen terpeuta, pero aquí quiero apelar a la teoría de campo, donde claro que si mi entorno está bien, es más fácil que yo también experimente ese bienestar, porque lo compartimos, porque se contagia, porque se expande. En la medida en la que mis seres queridos estén bien, yo también sentiré tranquilidad o evitaré preocupaciones. No podemos olvidarnos que somos una constante co-construcción con nuestro entorno o como diría Borges
No podemos ignorar a la humanidad. No podemos ignorar a los vecinos.
De alguna manera veo a lo que apela Borges que es a la sensibilidad de esa conexión con el otro y a lo que Borges llama la inevitable transferencia y contratransferencia que considera bastante necesaria en el consultorio, es precisamente esa apertura, sensibilidad y transparencia de dejarte sentir como terapeuta con lo que le pasa al cliente, pero además ponerlo a su servicio. Nada sencillo, nada fácil, pero tan enriquecedor y necesario porque reitero co-construimos, no estamos en soledad, vamos caminando rodeados de un montón de relaciones, experiencias, circunstancias y qué hacemos o no hacemos es en conjunto con, y somos afectados así como también afectamos. Tener conciencia de eso es de lo que habla Borges en este libro.
Respecto al cuerpo y la somatización es un tema en el que la terapia me salvó porque tuve 2 tumores muy grandes en los ovarios, perdí mi ovario derecho en una cirugía y veo la importancia y apoyo que nos ofrece el cuerpo, nos ayuda a liberar, a sanar, a darnos cuenta y es a veces lo que más olvidamos cuidar, no tomamos agua o no comemos bien, a veces es el sueño o el estrés, pero le exigimos un montón y le retribuimos bien poquito.
Mi primer carrera es danza contemporánea en bellas artes, me dediqué a bailar 15 años de mi vida, di clases, fui coreógrafa y el cuerpo es verdaderamente sorprendente, le admiro y le agradezco todo lo que hace por nosotros y a pesar de esa carrera tan corporal, donde aprendí a escuchar mi cuerpo, a sentirlo y a cuidarlo fue en terapia, gracias a mi terapeuta.
Pensé que si estudiaba psicología podría armar algo dirigido al arte terapia o a la terapia corporal, porque sí creo que el arte al igual que el cuerpo es una herramienta de expresión y un apoyo para sentir y procesar muchas de nuestras experiencias de vida.
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